La virtud de la mansedumbre lleva implícita la Moderación. Es una forma de Templanza que evita el resentimiento por el comportamiento de otro.
Como virtud, la moderación es entendible en lo que podría significarse como el equilibrio de los extremos para el logro de esa armonía física y espiritual que al arraigarla en nuestro interior nos hará ver y dar el valor de lo justo a las cosas que hacemos, a nuestros actos y actitudes diarias, haciendo que poco a poco vayamos obteniendo la mesura, la prudencia, el orden, dándonos fuerzas y determinación, aunque pueda parecer contradictorio, y así ir logrando dominar a sus luces de oscuridad, que no son otras que el exceso, la desmesura, la ostentación, la soberbia, la vanidad, la ira, el orgullo, el fanatismo.
Y para lograr asentar esta gran virtud en nuestro interior, el ser humano deberá comprender que tiene que actuar en su vida con verdadero sentido común, con amabilidad, cariño, paciencia, desechando los miedos, los deseos, los egoísmos, las pasiones, y los protagonismos que puedan hacerle sentirse así por su propia razón entendida.
Asimismo, la virtud de la Mansedumbre nos lleva a la virtud de la Bondad, el ser bondadosos, que perfecciona nuestro Espíritu. La bondad es altruismo, es mansedumbre, al mismo tiempo que fortaleza, pero nunca debilidad ni condescendencia con las injusticias. La bondad no sabe de prejuicios, ni busca justificaciones ni causas, todo lo contrario, comprende las circunstancias que afectan a las personas que necesitan de su apoyo y ayuda tanto material como emocional.